foto by Nlr4

20 noviembre 2006

Conversaciones a la luz de las farolas

foto original by Nlr4

Hoy estoy muerto. Mi cerebro está totalmente paralizado y apenas mantiene las constantes mínimas necesarias para mantenerme vivo. La razón, muy sencilla. Ayer me pasé casi toda la noche hablando con mi amiga especial.

Vino a casa a media tarde. Vino sola. Su marido está fuera de la ciudad. Nos pusimos al día hasta de nuestras cosillas hasta la hora de la cena. Cenamos cuatro tonterías. Después nos tiramos en la alfombra de casa y seguimos charlando. Pero yo ya había sacado del congelador la botella de orujo. Un par de caliches ya habían caído y la conversación pasó a ser mucho más personal, concreta y divertida. Otro par de caliches más y todo fue como la seda. Nos abrimos y hablamos de forma franca y sin tabúes de por medio.

Las horas pasaban y sin darnos cuenta ya eran las dos de la mañana. Mientras mi novia se iba a dormir yo me fui a acompañar a mi amiga a su coche. Por el camino fuimos charlando y ya en su coche continuamos hasta las tres de la mañana. Estábamos allí plantados, mirándonos a los ojos, hablando de nosotros, desnudando nuestros "yoes" con las palabras, a la luz de las farolas.

Y es que disfruto estando con ella. Disfruto observándola, porque es una chica preciosa, con unos ojos que enamoran. Disfruto escuchándola, porque es sincera en lo que dice y no tiene miedo de hablar de ella misma y de sus sentimientos. Disfruto hablándole, porque ella me escucha y me atiende y hace un esfuerzo por entenderme.

Estábamos allí, bajo las farolas. Con algún coche solitario pasando muy de vez en cuando a nuestro lado, despidiéndonos tres o cuatro veces y volviendo a la conversación otras tantas. En una de las despedidas, la que parecía definitiva, ella me abrazó. Me dio uno de sus abrazos que me hacen sentir tan bien. Me estrechó fuerte con sus dos brazos. Aplastó sus tetas contra mi pecho. Me susurraba cosas dulces al oído.

Cuando nos separamos para darnos dos besos me di cuenta que ella se humedeció los labios y entornaba los ojos y ladeaba la cabeza, al igual que estaba haciendo yo. Sin darnos cuenta estábamos continuando la evolución lógica de la velada, que era acabar la noche con un tremendo beso. Pero no lo hicimos. Los dos nos dimos cuenta, casi simultáneamente de lo que estábamos haciendo e inmediatamente nos detuvimos y nos dimos los dos besos que se terciaban.

Pero los dos nos habíamos quedado insatisfechos. Los dos sabíamos que algo faltaba, que la velada no podía acabar así. Por lo que buscamos e intentamos volver a reproducir la situación. Continuamos la charla y al cabo de un rato volvimos a despedirnos, volvimos a fundirnos en un abrazo excepcional, pero la magia de ese otro momento ya no estaba, así que acabamos marchándonos cada uno por su lado.

Quizá todo esto no haya sido más que una ilusión mía. Puede ser que ella no sintiera nada de lo que aseguro que sintió. Pero pondría la mano en el fuego que así fue. Porque lo leía en sus ojos, al igual que había leído otras muchas cosas en sus ojos anteriores a esa y siempre había tenido razón.

Aún así, me quedo con ese momento tan especial que tuvimos. Ese momento en el que yo me moría por mordisquear su boca. Ese momento en el que bajo la luz de las farolas solo estábamos ella y yo, mirándonos, hablándonos y sintiéndonos el uno al otro.

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