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25 septiembre 2006

Sexo telefónico

Yo confieso. Confieso que soy cliente ocasional del sexo telefónico. Me pone cachondo llamar a un número de teléfono y que se ponga una señorita que te empieza a decir guarradas. No sabría explicar la razón de porque me gusta, pero me gusta.

El grandísimo problema del sexo telefónico es que es tremendamente caro. Yo me permito hacer una llamada cada mes, más o menos. Cuando tengo el saldo del móvil a punto de agotarse, lo recargo con 10, 15 o 20 euros, depende de las ganas que tenga. Con 10€ tengo para una charla cortita de 5 minutos, pero cuando el cuerpo te lo pide, suele ser más que suficiente para ponerme a mil.

Ellas siempre mienten. Mienten en todo. Hasta en su nombre de pila. Me dicen un montón de mentiras, pero yo no las creo. Me gusta que me mientan. Se esfuerzan en elaborar una mentira convincente. Se esfuerzan en encontrar lo que te gusta. Las escucho y disfruto porque intentan emular la excitación. Se me pone dura cuando jadean tan falsamente. Me corro sobre sus voces llamándome 'cariño' y 'cielo' y 'amor', cuando no saben si eres un cabrón o una buena persona. Disfruto de la falsedad del momento. Me gusta esa sensación de aceptación de la mentira que te cuentan y el aprecio al esfuerzo de elaborarla.

He intentado realizar lo mismo mediante el chat, pero no se puede conseguir los mismos resultados. La persona que está al otro lado del teléfono se dedica a eso, lo que la obliga a intentar hacerte feliz. La persona que está al otro lado del chat, no te perdonará un solo fallo, no pretende hacerte disfrutar sino que pretende disfrutar ella sola.

Quizá todo esto no sea más que un estigma más de mi comportamiento cada vez más antisocial. Puede ser. Pero me da igual.

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